Jazmín de la India
Gritos desaforados de emoción, ternura en la mirada, mucho
alboroto: Omar Ramírez, estudió Lengua, Literatura y Latín en el Pedagógico de
Caracas, allí conoció a mamá, había nacido en la ciudad de Maracaibo y acababa
de llegar de Estocolmo con un amigo científico, un médico sueco llamado Ulf
Lundberg. Omar había hecho un doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad
Complutense de Madrid en la mención Filología Romántica y nos entregó en nuestra
casa de Ocumare del Tuy varios poemarios de su autoría: Una sola memoria (1982) prologado por Ernestina Salcedo con
ilustraciones de José Luis Aristiguieta, 37
del Invierno edición bilingüe y el tercer libro titulado Palabra & Silencio con prólogo de
Domingo Miliani y fotografías de Ulf.
Un día Omar me fue a buscar al colegio, con esmero revisaba
mis cuadernos del quinto grado, y si descubría alguna falta de ortografía me
colocaba planas, tareas de caligrafía para que mejorara la letra y nunca
olvidara cómo debía escribirse. Adoraba cocinar con mamá, compartían secretos
culinarios: jamón con piña, chutney de mango, escabeche de pescado, deliciosas
tortas. Conversaban sobre cómo debía hablarse, a menudo sobre el español y sus
expresiones, sobre lo coloquial, lo que debe y no decirse, sobre cosas ordinarias, sobre como conservar una verdura o una fruta, de las maneras de ciertos
funcionarios públicos.
Omar era sencillo y complicado, andaba casi siempre en bluejeans
y franela, era hiperquinético y sincero hasta la inconveniencia, muy alegre y
cariñoso. Ulf era aplomado, tranquilo, analítico y observador, mezcla de razón e intuición, se nacionalizó venezolano
y llamaba “ñemas” a los huevos de las gallinas que tenían en su parcela de San
Francisco de Yare, “Las Moradas”, ese pedacito del mundo, mezcla de culturas
con siembra de maíz, mangos, cítricos y oloroso jazmín de la India, allí no
sólo habían gallinas con pollitos y gallos, habían gallinas cluecas que
parecían unas señoronas con vestido negro y pinticas blancas, orgullosas y
distinguidas gallinas, también patos, gansos y perros. Omar le tenía nombre a
cada uno de sus animales y un día que yo fui de visita me regaló uno de los
patos, me dijo: “Te regalo a Claudio” -no recuerdo si ese era precisamente su
nombre- a lo que yo le respondí: “Pato a la naranja”, diciéndole que Claudio
pasaría a mejor vida en un delicioso platillo, por lo tanto, no me dejó
llevarme su animalito. A mí me encantaba bromear con Omar, me parecía súper divertido
y él celebraba mi comportamiento. En el
mundo de las letras los poetas lo recordaban como “el loco Omar”, no porque no
fuese poeta, sino porque le decía lo que pensaba a quien fuese en su cara,
porque era auténtico y despreciaba las poses, el acartonamiento y lo distante
de los cargos burocráticos.
Su obra se nutrió siempre del contacto con lo real, (nunca
conocí a alguien más real), hablaba de sus “meditaciones con la escoba”, de
sentir en las voces del mercado, en los colores de las frutas, de verduras,
vegetales y animales, la vida y lo que está pasando, escuchaba Radio Nacional
canal clásico, y tenía cálidos recuerdos de sus viajes: mantas de lana de llama,
collares de arcilla mexicanos, estampas de Turquía.
Poeta de lo tangible, profesor por vocación, un ejemplo de
que la vida y la obra deben ir de la mano, Omar Ramírez fue sin duda mi primer
maestro poeta. Nunca hablaba de
literatura, no conversaba sobre la poesía, construía lo poético, lo propiciaba,
su mundo y su espíritu estaban plenos de ella, su determinación de alejarse de
los círculos literarios, de la bulla, de las poses, calaron hondo en mí. Leer y
construir el poema, dejar venir la poesía, plenarse de vida, hacer de la vida
una obra y amar, vertiginosamente amar y compartir.
Ximena Benítez
Caracas, 26 de diciembre de 2015
Seis poemas
de Omar Ramírez
De Una sola
memoria (1982)
Mientras
los trozos
de
lenguaje disecado
ABOMBABAN
el
ambiente
el
sonido de las
SSSSSfinales
se
extendía
***
Apenas
una
sombra de palabra
reposará
al final
de estos
senderos
en
raíces
***
El gato Tobías
felizmente pensaba
que yo era
un verdadero animal.
Mientras
yo me convencía de
que ese gato
no era
un animal
***
Ven
antes
que
el tiempo
acabe
De Palabra & Silencio (1984)
VIII
Si hablamos de verdad
digo
que no la capto en palabra
refinada;
ésa
abominable,
que por privilegio
es opresiva
y
se afila
al ir urdiendo los saqueos.
Esa palabra
que tienta
hasta el silencio remansado;
asediándolo
asolapadamente
lo azorta
y
a veces lo aniquila.
***
En
nácar amanecido
tu cuerpo
y
mi cuerpo
de húmedos accidentes
y
la gota de rocío
trajo la isla
y
la historia
con forma de sudor.
Precisamos la sed.
Es así,
ahora la vivo
y
no es que la reviva cada
día.
Insisto en el presente
y
el vago movimiento de tu
cuerpo.