sábado, 26 de diciembre de 2015

Omar Ramírez, poeta de lo tangible.


                                                    Jazmín de la India


Gritos desaforados de emoción, ternura en la mirada, mucho alboroto: Omar Ramírez, estudió Lengua, Literatura y Latín en el Pedagógico de Caracas, allí conoció a mamá, había nacido en la ciudad de Maracaibo y acababa de llegar de Estocolmo con un amigo científico, un médico sueco llamado Ulf Lundberg. Omar había hecho un doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid en la mención Filología Romántica y nos entregó en nuestra casa de Ocumare del Tuy varios poemarios de su autoría: Una sola memoria (1982) prologado por Ernestina Salcedo con ilustraciones de José Luis Aristiguieta, 37 del Invierno edición bilingüe y el tercer libro titulado Palabra & Silencio con prólogo de Domingo Miliani y fotografías de Ulf. 

Un día Omar me fue a buscar al colegio, con esmero revisaba mis cuadernos del quinto grado, y si descubría alguna falta de ortografía me colocaba planas, tareas de caligrafía para que mejorara la letra y nunca olvidara cómo debía escribirse. Adoraba cocinar con mamá, compartían secretos culinarios: jamón con piña, chutney de mango, escabeche de pescado, deliciosas tortas. Conversaban sobre cómo debía hablarse, a menudo sobre el español y sus expresiones, sobre lo coloquial, lo que debe y no decirse, sobre cosas ordinarias, sobre como conservar una verdura o una fruta, de las maneras de ciertos funcionarios públicos.

Omar era sencillo y complicado, andaba casi siempre en bluejeans y franela, era hiperquinético y sincero hasta la inconveniencia, muy alegre y cariñoso. Ulf era aplomado, tranquilo, analítico y observador, mezcla de razón e intuición, se nacionalizó venezolano y llamaba “ñemas” a los huevos de las gallinas que tenían en su parcela de San Francisco de Yare, “Las Moradas”, ese pedacito del mundo, mezcla de culturas con siembra de maíz, mangos, cítricos y oloroso jazmín de la India, allí no sólo habían gallinas con pollitos y gallos, habían gallinas cluecas que parecían unas señoronas con vestido negro y pinticas blancas, orgullosas y distinguidas gallinas, también patos, gansos y perros. Omar le tenía nombre a cada uno de sus animales y un día que yo fui de visita me regaló uno de los patos, me dijo: “Te regalo a Claudio” -no recuerdo si ese era precisamente su nombre- a lo que yo le respondí: “Pato a la naranja”, diciéndole que Claudio pasaría a mejor vida en un delicioso platillo, por lo tanto, no me dejó llevarme su animalito. A mí me encantaba bromear con Omar, me parecía súper divertido y él celebraba mi comportamiento.  En el mundo de las letras los poetas lo recordaban como “el loco Omar”, no porque no fuese poeta, sino porque le decía lo que pensaba a quien fuese en su cara, porque era auténtico y despreciaba las poses, el acartonamiento y lo distante de los cargos burocráticos.

Su obra se nutrió siempre del contacto con lo real, (nunca conocí a alguien más real), hablaba de sus “meditaciones con la escoba”, de sentir en las voces del mercado, en los colores de las frutas, de verduras, vegetales y animales, la vida y lo que está pasando, escuchaba Radio Nacional canal clásico, y tenía cálidos recuerdos de sus viajes: mantas de lana de llama, collares de arcilla mexicanos, estampas de Turquía.

Poeta de lo tangible, profesor por vocación, un ejemplo de que la vida y la obra deben ir de la mano, Omar Ramírez fue sin duda mi primer maestro poeta. Nunca hablaba de literatura, no conversaba sobre la poesía, construía lo poético, lo propiciaba, su mundo y su espíritu estaban plenos de ella, su determinación de alejarse de los círculos literarios, de la bulla, de las poses, calaron hondo en mí. Leer y construir el poema, dejar venir la poesía, plenarse de vida, hacer de la vida una obra y amar, vertiginosamente amar y compartir.


Ximena Benítez

Caracas, 26 de diciembre de 2015




Seis poemas de Omar Ramírez

De Una sola memoria (1982)



Mientras los trozos
de lenguaje disecado
ABOMBABAN
el ambiente
el sonido de las
SSSSSfinales
se
    extendía



***

Apenas
una
sombra de palabra
reposará
   al final
   de estos
   senderos
        en
   raíces


***


El gato Tobías
felizmente pensaba
que yo era
un verdadero animal.
Mientras
yo me convencía de
que ese gato
no era
un animal

***


Ven
antes
que
el tiempo
acabe


De Palabra & Silencio (1984)



VIII
Si hablamos de verdad
digo
que no la capto en palabra refinada;
ésa
abominable,
que por privilegio
es opresiva
y
se afila
al ir urdiendo los saqueos.
Esa palabra
que tienta
hasta el silencio remansado;
asediándolo
asolapadamente
lo azorta
y
 a veces lo aniquila.



***


En
nácar amanecido
tu cuerpo
y
mi cuerpo
de húmedos accidentes
y
la gota de rocío
trajo la isla
y
la historia
con forma de sudor.
Precisamos la sed.
Es así,
ahora la vivo
y
no es que la reviva cada día.
Insisto en el presente
y
el vago movimiento de tu cuerpo.