Este año
2020 ha sido de introspección y de duros retos personales.
Han muerto varios
amigos que aún debían acompañarnos, por ser jóvenes, por no haber podido
atenderse como deberían haberlo hecho, compañeros de trabajo, familiares y
amigos.
Al caminar
por Caracas consigo una ciudad con ausencias: los lugares por los que pasaba,
los sitios de reunión ya no están, los negocios cerraron, se convirtieron en
sitios para vender comida, y los avisos publicitarios aparecen como fantasmales
recuerdos de lo que un día quiso ser, trató, o existió alguna vez. Lo mismo
ocurre con mi libreta de teléfonos, la mitad de la familia fuera del país,
igualmente ocurre con los amigos. Los vecinos también, unos se han ido del país,
otros resisten. Todos hemos compartido estas calles en las que ha habido
guarimbas y marchas, contramarchas y guarimbas y a la final muchos seguimos
acá, tercamente resistiendo. A sabiendas de que en todas partes se habla de
nuestro país, mal o bien, pero se habla. La crisis económica es innegable, la
crisis social es una bomba que estallará en nuestras manos, reaparecieron los “niños
de la calle” cada vez más visibles las desigualdades con la dolarización del
país y los salarios en bolívares. La constante depauperación del trabajo
intelectual, del trabajo profesional, de lo que no sea comercio. Y allí también
resistimos en nuestros valores, resistimos en nuestros puestos de trabajo con
la ilusión de que de alguna manera contenemos una represa de lo social, ¿qué
serían de los estudiantes si todos los profesores nos vamos de la Universidad? ¿cuántos
quedarían allí? los que están también resistiendo en las universidades pueden
hacer arte, se expresan al menos, por esa razón, les acompaño mientras pueda.
La crónica no es favorable. Cuando estamos en el ojo del huracán, luego de
vivir un apagón de cinco días y ver como los vecinos cobraban en dólares por
ponerle carga a un teléfono celular, cuando volvimos a cocinar con leña en este
país petrolero por la falta de gas, cuando vimos que no había gasolina y que
luego la que importaron la” bachaqueaban”, es decir, la traficaban y la vendían
también en dólares. Cuando los pescadores no pescaban tampoco para vender el combustible,
(de eso me enteré por un amigo que vive en la isla de Margarita), cuando vi
como enflaquecieron mis vecinos, mis amigos, mis compañeros de trabajo. Cuando
descubrí que los hijos de un amigo no comían desde hace días y me vi haciendo “magia”
en la cocina para alimentar a los míos, recordé mi infancia, recordé las
enseñanzas de mamá sobre la posible guerra que vendría. Y en marzo la pandemia ¿Qué más nos podía ocurrir? pues sí, la pandemia. Ya hemos aprendido a vivir
con ella. Aprendimos con los niños en casa que en la escuela nada les
enseñaban, si, y que nos toca hacer un pensum nuevo para lidiar con lo que les
mandan en la escuela que no termina de ser nada útil, y enseñarles cosas
prácticas como actividades domésticas, compañerismo con sus hermanos, amor por
los animales, respeto, consideración y que aprendan a perder, a esperar, a
planificar, a utilizar su tiempo, a leer, a releer, a ejercitarse, a escuchar,
a mirar, a orar, a agradecer y a sonreír. Que los niños también sienten el
antes y el después de la pandemia, porque estamos acá recluidos todos.
A veces tememos el silencio de la noche, y no sabemos si será por el agua, por un ruido, por un misil que tratarán de exterminarnos. Porque aunque todos estamos por los momentos “bien”, desde hace tiempo estábamos confinados, si, en nuestras casas, con reservas de agua porque no hay, constantemente falla el agua, lo normal es que no salga ya por los grifos. Y en Caracas al menos no sufrimos los cortes programados de electricidad que si poseen en el interior del país. Lo verdaderamente hermoso es ver el sol y escuchar las guacamayas. También la red de amigos que hemos construido, que hemos constatado que tenemos, eso es invaluable, dentro y fuera del país. Y nuestra familia, la familia que se une en los momentos difíciles, que nos auxilia, que está pendiente de nosotros que conocemos también mejor y eso es más que valioso, es precioso, nos llena de amor, de alegría y de agradecimiento.
A veces tememos el silencio de la noche, y no sabemos si será por el agua, por un ruido, por un misil que tratarán de exterminarnos. Porque aunque todos estamos por los momentos “bien”, desde hace tiempo estábamos confinados, si, en nuestras casas, con reservas de agua porque no hay, constantemente falla el agua, lo normal es que no salga ya por los grifos. Y en Caracas al menos no sufrimos los cortes programados de electricidad que si poseen en el interior del país. Lo verdaderamente hermoso es ver el sol y escuchar las guacamayas. También la red de amigos que hemos construido, que hemos constatado que tenemos, eso es invaluable, dentro y fuera del país. Y nuestra familia, la familia que se une en los momentos difíciles, que nos auxilia, que está pendiente de nosotros que conocemos también mejor y eso es más que valioso, es precioso, nos llena de amor, de alegría y de agradecimiento.
Ya este 2021
vendrá con más sorpresas, pues el movimiento, el asombro es lo que nos
sostiene. ¡Salud!